- Bueno, y seguimos con las nominaciones. Ahora va a hablar... ¿Risto? Ah no, Nano, ahora le toca el turno a Nano, perdona.
- Gracias Jesús. Quiero hablar con... Silvia. Hola Silvia.
- Hola
- Silvia, el último gesto que has hecho con el brazo no me ha gustado. Ha sido horroroso, horrible. Intentabas señalar hacia delante pero se te ha quedado el brazo pegado al cuerpo, haciendo un movimiento torpe que rompe toda la elegancia que traía tu actuación. Pero ¿sabes qué? Te lo agradezco.
Sí, te lo agradezco porque si ese gesto hubiera sido igual de perfecto que el resto de la canción habría sido insoportablemente magnífico. Y digo insoportable porque sufro algo parecido al síndrome de Stendhal. No sé si conocerás la historia de un escritor francés, apodado Stendhal, que entró en la basílica de Santa Croce en Florencia. Estando allí dentro empezó a sufrir naúseas, mareos, dolor de estómago, hasta el punto de que tuvo que salir afuera a coger aire y recuperarse.
Según análisis posteriores el malestar se había debido a un exceso de belleza. Estar rodeado de la belleza de la basílica y de sus lienzos y tumbas le había provocado un malestar general.
Algo parecido sufro yo. Cuando paseo por la calle y veo a una chica mona (no necesariamente exuberante sino una belleza singular y cándida) me entra un malestar general, que a diferencia de Stendhal no se manifiesta en síntomas físicos, sino más bien mentales. Me quedo aturdido, desmoralizado, prácticamente triste. Y esa tristeza se puede prolongar durante varios días. Por el simple hecho de haber presenciado una belleza en una dosis inesperada.
Algo parecido me ha sucedido con tu actuación. Ha sido un encandilamiento continuo. Una mirada seductora, un tono y un timbre digno de sirena que estaba a punto de provocarme ese malestar y esa tristeza que mencionaba.
Por suerte al final has hecho ese movimiento que me ha despertado, me ha sacado del sendero de la utopía y he podido volver a la realidad, volver a ver que eres real, que no era un sueño que estaba teniendo. Y por suerte ha sido así. Si no hubiera despertado me habría quedado absorto sine die y, quién sabe, podría haber estado triste muchos días.
Por eso, gracias a ese movimiento tan horroroso, cruza la pasarela.
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